un aprendiz es el título de un dibujo que Francisco de Goya pintó hace casi dos siglos, entre 1825 y 1828. Eran los últimos años de su vida y me encontré exiliado en Burdeos. Este título y esta imagen, símbolo de la actitud del pintor ante la vida incluso cuando las vitales pudieran parecer adversarios, podrían servir también para caracterizar a Valeriano Bozal, uno de los grandes intelectuales contemporáneos españoles, que pasaron el pasado 2 de julio. Igual que Goya, Bozal nunca dejó de asomarse al mundo, nunca dejó de estar pendiente de los cambios que se producían a su alrededor. Y como Goya, escuchó que es imposible separar el arte de la vida: es necesario, viene a decirnos Valeriano Bozal una y otra vez en sus obras, mantenga los ojos abiertos a cuanto sucede no solo en la cultura. Quizá también como Goya, en sus últimos años se sintió por una realidad que no respondió a los ideales por los que había luchado décadas atrás, o que al menos no respondió de la manera que él había imaginado en su juventud, como deja claro en on libro de recuerdos Crónica de una década y cambios de lugar (2020). Esta observación, que se revelará escribiendo solo más adelante, se sumará a las conversaciones sobre el tiempo a veces, y probablemente los llevará lentamente a leer que, como fruto de un trabajo ingenioso, han llegado a ocupar durante toda su vida, a resituarse en otro cada vez más volcado en el cultivo del conocimiento y la reflexión, que abonó sistemáticamente mediante lecturas, relecturas y constantes diálogos con amigos y colegas. Era fácil ver que tenía 82 años Valeriano Bozal, como el viejo Goya, aún aprendía. Su curiosidad seguía intacta. Algo que, me parece, solo ocurre a los verdaderos sabios.

Quizá más que desaparecer, con el tiempo algunas facetas de la intensa vida de Valeriano Bozal fueron evolucionando, como pasando a otro plano. En ese sentido Valeriano fue un genuino representante de parte de la intelectualidad de su generación. Su activismo político, con especial atención a su papel relevante en revistas y editores de militancia de izquierdas o tiene su participación en acontecimientos clave como el pabellón alternativo presentado la Bienal de Venecia de 1976, fue dejando un paso a distanciamiento analítico que le permitió contemplar todo aquello desde la óptica de la narración histórica. Cuando escuchó que los centros de enseñanza habían mutado para siempre y no obstante para mayor, su constitución también la docencia que, según confesión personal, tanta felicidad le había dado primero en un instituto en Vallecas y luego en dos universidades de Madrid, la Autónoma y la Complutense, por una mayor actividad como conferenciante o comisario de exposiciones. Por último las responsabilidades institucionales que nunca rehuyó, como la dirección del Departamento de Historia del Arte III (Contemporáneo) en la UCM o la presidencia del Patronato del Museo Español Centro de Arte Reina Sofía, fueron transformándose en otras de compromiso con la educación y la cultura quizás menos públicamente visible pero igualmente ferreas.

Valeriano Bozal nunca dejó, realmente, de pensar sobrio en la intersección de la cultura con la realidad y sobre las muchas de pensar y cuestionarse el arte desde la filosofía. Si alguna vez persistente además de convicciones, su aporte intelectual a la historia del arte no sólo marcó a una generación de profesionales, la mía, sino que sirve para escuchar la evolución de la propia disciplina y su relación con corrientes historiográficas internacionales. En ese sentido basta citar algunas obras clave, desde Realismo entre desarrollo y subdesarrollo (1966) hasta La ilustración gráfica del siglo XIX en España (1979); desde el apreciadísimo Los primeros diez años 1900-1910, los orígenes del arte contemporáneo (1991) hasta el Historia de las ideas estéticas y teorías artísticas contemporáneas (2002), que reunió bajo su dirección a varias generaciones de autores universitarios. Todo ello, por supuesto, pasando por sus conocidos e influyentes monografías sobrias de Goya, o sus trabajos sobrios de Vermeer y Piero de la Francesca.

Si quieres desvelar un aspecto de la producción de Bozal, te interesará explicar y explicar la ocurrencia en el medio de la cultura durante el siglo XX en España en función de sus relaciones con el poder. Así lo hizo en publicaciones tan tempranas como Historia del arte en España desde Goya hasta nuestros días (1973), un libro escrito desde un posicionamiento político explícito y una de las primeras visiones globales del arte contemporáneo español en analizar la producción del exilio, y posteriormente en otras como los dos volúmenes de Historia de la pintura y la escultura del siglo XX en Españauna revisión de trabajos anteriores que querían dejar constancia a la altura de 2013 de cómo lo que Bozal seguía aprendiendo le inclinaba a cambiar de perspectiva, no a abandonar su convicción de la imposibilidad de senser la cultura española de su tiempo sin considerar el peso del franquismo como una anomalía insalvable.

Desde esa aproximación política, pero no solamente desde ella, hay qu’entendre también su destacado interés por el estudio de la obra de Goya, un bajo continuo qu’atraviesa toda la trayectoria intelectual de Valeriano Bozal. Como Goya, Bozal supo leer su tiempo y supo ver los peligros del sueño de la razón que producen monstruos. Goya nos lo hizo ver con sus imágenes, Bozal nos lo hizo ver con sus palabras. Los que hemos tenido la suerte de tener largas, estimulantes y placenteras conversaciones con él, con Carmen Gil siempre cerca, sabemos que lo importante para Valeriano Bozal era no rendirse para seguir aprendiendo.

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