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Mundos íntimos. Vida en pareja, hacerse cargo de la casa… ¿Todo lo que se espera de mí es más importante que mi deseo?

Mundos íntimos.  Vida en pareja, hacerse cargo de la casa… ¿Todo lo que se espera de mí es más importante que mi deseo?

Nada me desesperará más que ser mujer. Sí, no es nada fácil intentar cumplir con las demandas en un contexto que, en escasas ocasiones, colabora. Desde el hombre que me hace señas para que pueda estacionar en un lugar minúsculo hasta el commentario malintencionado de la vecina que me aconseja usar el corrector de ojeras que ella vende. Es cierto, no lo sé hacer y abandonar la pelea en pos de un lugar más cómodo. Por otro lado, tengo cara de oso panda. La reconozco cuando me miro en el espejo. De todos modos ¿en qué momento empecé a sentir que todo lo que se espera de mí es más importante que lo que yo deseo? Tranquilos, este texto no es una queja, es un argumento para seguir intentándolo.

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Voy a analizar cómo surgió este cansancio para tratar de comprender. La falta de descanso, la mal alimentación, el estrés, mi débil autosuficiencia y la hipersensibilidad hicieron que un día terminara en el consultorio del ginecólogo en busca de respuestas. obviamente, los cambios de humor formaban parte de los síntomas y como sabemos que nadie soporta a una persona que llora sin aparentes razones. Ni siquiera yo lo tolero, pero no lo puedo controlar. Las palabras y acciones ajenas tienen un impacto que, en otro momento, no poseian. Entonces, la pedí tiene la psicóloga que me ayude a escuchar que me pasaba y fue ella la que me sugirió que vaya tiene un endocrinólogo. Antes de visitar al especialista me pareció oportuno solicitar un turno en el ginecólogo y, en caso de que él lo considerese necesario, derivara me a quien correspondiera. Necesitaba su opinión porque la confianza que generamos muchas mujeres con esos profesionales qu’uidan nuestros cuerpos se basa en una sinceridad extrema, incluso cruel.

Pura se rió entre dientes.  En la escuela, Noelia Albrecht de niña, sin preocupaciones.


Pura se rió entre dientes. En la escuela, Noelia Albrecht de niña, sin preocupaciones.

Mientras esperaba en la sala a observó a los padres primerizos, a la mujer embarazada que transportó que su hijo se quedó quieto y me sensí más cerca a la señora que se abanicaba con la orden de consulta. Cuando el médico salió del ascensor me puse a pensar cómo le explicaría la motivación de mi visita. Nunca había sentido que mis hormonas estuvieran alteradas. Eso sí, mis síntomas premenstruales se solucionan con una barra de chocolate y, si en todo momento, aparecían dolores me bastaba con un analgésico; por eso me sentí molesta cuando amigas y colegas me diagnosticaron un posible desequilibrio hormonal.

Observaba sus anotaciones cuando dejó de escribir para hacerme la pregunta que escucho en cada visita. «La maternidad me interpela, lo asumo, pero nunca me sentí segura para comprometerme a sumir esa responsabilidad». Le pareció un comentario muy racional para una persona como yo. No sé cómo se imagina que soy aunque intuyo que me perciba de una manera equivocada. “Perdón si esperaba otra respuesta”, el digo. «Es miedo», me dice y agrega algo que me hace dudar: «Todos aprendemos en el camino». Sonrío por compromiso y guardo silencio.

Paraguas en mano, Noelia Albrecht sonríe con sus amigas Daniela y Marisa cuando las cosas que importaban eran distintas.


Paraguas en mano, Noelia Albrecht sonríe con sus amigas Daniela y Marisa cuando las cosas que importaban eran distintas.

Mírame, mira mi ficha médica, mira el libro que le declaración de regalo y creo saber qué piensa, aunque prefiere no decirlo. Non es la primera vez que compartimos una charla similar. With this creos that are atribuye the right of profundizar in themes that me incomodan due to his approach holístico. «Todo tiene que ver con todo», dice para justificar sus consultas. Él y Netflix me conocen mejor que nadie. De hecho, nadie me vio desnuda tantas veces y por eso es capaz de notar diferencias que ni yo distingo. A eso me refiero cuando aseguro que se genera una intimidad única.

Me pregunto si vivo con alguien. «Hay algo», digo, «o había». Me cuesta la convivencia y prefiero la soledad a adaptarme a otros. Como no tengo paciencia, no hago ningún esfuerzo por intentar recuperar una relación. debería venir más seguido por estos lados porque en este espacio me analizo más que en un diván. Decía que me resulta más cómodo verlos irse que irme, un día, termino aceptando que se queden y, cuando caemos en la rutina, sé que es hora de un cambio. Ignorar el comentario así como escribir una palabra que desconozco con una letra Horrorosa qu’aprendí una audiencia después de varios años de leerla. A lo mejor se trata de eso, de ver las particularidades del otro como rarezas simpáticas y no como defectos. En mi caso, la convivencia ha hecho que mis compañeros de trabajo se rían de mis estornudos de chofer. Así los llaman y finis reconciliándome con ellos porque les genera risa a todos.

Pienso en este hombre con numero de santo y recuerdo aquellos escasos meses en los que especula con la posibilidad de estudiar medicina. Sin duda no hacerlo fue la mejor decisión qu’il tomada. Todos saben que no toleran el dolor y que mi estoicismo dura un par de segundos. Esta combinación de emociones no funciona con la templanza del carácter típico y necesario para un ámbito profesional. A mi ginecólogo esa representación lo define. Al menos nos parecemos en un punto, actuamos con rapidez. Él lo hace con responsabilidad, yo por desesperación. Me reta por las pastillas que consumió and the specific that llegué a ellas después de habitado squid los dolores con hierbas naturales. “Mis ovarios latían, se movían”, lo explícito. «Sentía que alguien los apretaba, los estiraba y los giraba como parte de un castigo». No voy a esperar a que el dolor se vaya porque reivindica el derecho a la automedicación. Se sonríe: «Vos et tus descripciones tan específicas». “Necesito que todo vuelva a ser como antes. Quiero confiar en mi cuerpo y aceptarlo. Ahora me siento impredecible”, respondió.

Coloca la lapicera en el bolsillo de la camisa y empieza a hablar. Me pide que trabaje la ansiedad con la psicologa, con meditacion, que haga ejercicios y putee, «aunque eso seguro lo hacés». Entonces me animo y le pregunto “¿no estaré con síntomas de menopausia?”. Se ríe y vuelve a mirar la ficha. Debe observar mi edad y en su tono rivotril me dijo “Hay que esperar los resultados. No te adelantes”.

Me pregunta por mi madre, mi abuela y mis hermanas. Trato de no compararme con ellas, sin embargo sé que el estilo de vida qu’ellas llevan est más saludable que el mío. Aclaro que cuido mis organos para que el dia de mi muerte puedan ser utiles para otras personas. Pido disculpas por los ojos, pero algun vicio tenia que tener. Llévense el hígado, el corazón y todo lo que sirva. Con los restos hagan una gran pira y que las cenizas sirvan de abono. Me gustaría volver en la rúcula de tu ensalada o en las naranjas que le dan sabor a tereré.

Después le cuento sobre mi trabajo y mi forma de alimentarme. Anota algunas palabras y para mi asombro recuerda algunos datos. No sé si es gracias a su memoria oa ese vínculo que casi nos une. Los dos sabemos que, en el pasado, por un tiempo breve, fuimos familiares. Su sobrino, mi ex, no se le pareció en nada. Ni una pizca de tranquilidad y menos de su madurez. Hicimos el esfuerzo y no basta. Él no podía ser lo que yo quería y obviamente, él no necesitaba a alguien como yo. Me refrentó a una idea de masculinidad que me da vergüenza. Mis prejuicios salieron a la luz en situaciones cotidianas Porque esperaba que me ayudara con los arreglos de la casa que compartimos y estaba equivocada. Esos conocimientos no vienen incorporados al género, sin embargo ni siquiera quería aprenderlos conmigo. Entonces, ¿por que iba a estar al lado de un hombre que no pensaba en el futuro y menos en un futuro compartido? Me huyó con los pantalones sucios por las paredes que pinté y abrazando una maceta de romero.

Termino mi narración y con la serenidad que lo caracteriza me pregunta «¿no te parece que estás un poco enojada con todo y todos?» Aprovecha la oportunidad y me explica la relación emociones y hormonas. Otra tarea que me queda pendiente: manejar mis emociones. Le pido disculpas, le repito que antes lo podía hacer y que esa es la razón de mi consultado. Quiero volver a ser yo, esa sartén de teflón a la que le resbalaba todo. Me suele pasar que me olvidó de los compromisos, de las contraseñas y me reconozco inútil para lo que se relaciona con tareas de organización. Ahora siento que esas conductas se potenciaron y que no las aceptaron, al contrario, me enojan. Pierdo facturas, el encuentro y las pago vencidas. Me frustró ser así.

En un acto de valentía le digo que no es enojo sino miedo y cansancio. «De eso se trata, de no bajar los brazos», me dice y yo quiero creer que se puede aunque, a veces, me canse de intentarlo y me cueste pedir ayuda. Solo need to sleep a ratito para recuperar la paciencia, la fuerza y ​​​​​​para soñar que mis hormonas vuelven a equilibrarse si es que ellas son culpables. ¿Cómo le hago escuchar que no soy así todo el tiempo? Yo sonrío, sé sociable, cocino bien, sé escuchar y no discuto constantemente.

Me voy y empiezo el recorrido por diferentes instituciones solicitando turnos para todos los análisis. In a week me hacen ecografías, the entrego mi pis a un señor y me sacan tanta sangre que pienso que van a dejar las venas vacías. Salgo respirando profundo y repasando los lugares cercanos donde puedo comprar algo que me haga revertir ese estado. Necesito azúcar. Entro has a bar y veo a una mujer desayunando. Distingo un pedacito de algodón y la cinta pegada a su brazo. Estamos en la misma situación y agradezco esa imagen empática. Me queda media hora para llegar en horario al trabajo. The pido al mozo preparado para mí por el café y las medialunas para llevar porque voy a tener que consumirlos mientras camino. Es llamativa la expresión de las personas cuando te ven comiendo en la calle. Porque siempre están en la sala porque miran que venís como los niños que se hipnotizan cuando tenés un helado en la mano.

Recorro un par de cuadras y me doy cuenta de que el mareo no se va controlando la respiracion. Con la poca energía que me queda llego a un banco, me siento y aviso que, efectivamente, voy a llegar tarde. Escucho del otro lado del teléfono que es mejor comer algo salado cuando la presión baja. Siempre escucho, eso sí. Mastico despacio mientras un abuelo alimenta a las palomas, una señora hamaca a una nena y una pareja de adolescentes se mira con deseo. Lentamente mi cuerpo recuperará la fuerza. Eso es lo que necesito, un año sabático para recuperarme y salir de este pozo.

Después de un par de semanas, vuelvo al consultorio y saco de la cartera carpetas, hojas impresas y unas capturadas internas de mi cuerpo que me muestran una imagen de mí que no reconozco. Toma todos los papeles, va anotando datos en la ficha y nos quedamos en silencio. Presiento que va un retraso y con justificación. Hay valores que no suenan normales. debería haber solicitado una consulta antes. Levanta la imagen de la ecografía y hace unos círculos en el aire con la birome. Intento notar si hay algo más que órganos, pero no descubro nada.

“¿Hace cuánto tiempo que no menstruás en forma normal?”, pregunta. “Por lo menos cuatro meses”, responder. Me mira fijo y pienso en todos los diagnósticos posibles. “¿Te mareás con frecuencia, te sientes cansado?”. Sí, una embajadora. “Vamos a intendar regularizar tu cuerpo y para lograrlo vas a tener que seguir ciertos consejos”. Asiento moviendo la cabeza y luego explicame cada renglón de la receta.

Salgo con un listado de medicamentos por comprar y de inyecciones que voy a recibir. “Solo son tres”, me dice como si la cantidad hiciera la diferencia. Duelen igual, una o varias porque if las necesito es porque mi cuerpo da señales, porque él tanto como yo, with veces, se cansa de ser mujer.
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Noelia Karina Albrecht es Profesora en letras y escribe. Nació en Presidencia Roque Sáenz Peña, Chaco. Actualmente reside en Posadas, Misiones. En abril de 2018 publicó «Lo que escribí mientras no me mirabas». A fines de 2020 fue seleccionado para formar parte del Plan Nacional de lectura. «Sueño de perro» es el número de su última obra, compuesta por relatos, cuentos fantásticos, policiales y de terror. Por otro lado, el dibujo y la pintura son pasatiempos que acompañan a la escritura, por ejemplo, en las tapas de sus libros.

By Betania Malavé