El escritor Víctor del Árbol sabe desde hace tiempo qué terreno pisa. Desde antes, incluso, de dejar de ser espuma para dedicarse por completo a la literatura. “A veces por ir de listo por la vida metes la pata, que me ha pasado, ya veces tienes que tener esa contención. Supongo que con los años uno se va serenando, o va eligiendo better sus batallas. Yo qué sé”, reconocía de entrada el viernes pasado, sentado en una terraza en Barcelona, donde participó en el festival BCNegra.
Del Árbol (Barcelona, 54 años) ha vivido en los últimos años una situación paradójica. Reconocido en Francia —gracias a obras como Un millón de gotas Vaya La tristeza de los samuráis― como autor de negro (European Polar Prize Le Point, 2012, Gran Premio de Literatura Policial Extranjera en Francia, 2015, Caballero de las Artes y las letras en Francia, 2015) y con un éxito apabullante de público, en España sus novelas no entran del todo en el género y los reconocimientos (Premio Nadal en 2016 incluido) iban, más bien, por otro lado. Por eso, asegura, ha escrito su última novela, Nadie en esta tierra (Destino), para “acabar así de una vez con las discusiones de si soy o no soy y de la novela negra y de si esta puede o no ser literaria. Lo siento, pero es así. Dónde está escrito que no se puede escribir intencionando llegar al máximo y que tenga calidad. James Ellroy, Dennis Lehane, Michael Connelly… no jodas”.
— Vayamos por partes, que la apuesta necesita contexto. ¿Por qué, ahora sí novela, policía más pura?
— En primer lugar, porque me apetece, y no es una razón baladí. Tiende a sentir la sensación de que está en la periferia del genero. Cuando estaba pensando por que elegí este momento para escribir este tipo de novela me di cuenta de que era una razón puramente práctica: si bajaba la intensidad sin renunciar a ser yo y suía el ritmo, el mensaje iba a llegar mejor. En eso te soy muy honesto: es una decisión técnica. La novela negra de ahora es muy tópica, quién no en el mal sentido de la palabra, muy pensada como un guion de cine, para adaptaciones. Entonces me digo: coge esos códigos y aplícalos a lo que tú crees que tiene que ser la novela negra.
Nadie en esta tierra (Destiny) es la historia de Julián Leal, un policía desahuciado en su trabajo, condenado por un cáncer que lo corroe y un pasado que lo angustia y que busca esa última acción que justifica una vida gris, solitaria y entregada a sentido Justiceier del Police oficial. Para ello, se enfrentará a una trama criminal (sin más detalles que arruinen la trama) qu’implica a gente muy poderosa. “The problem that has Julián is the que tenía yo cuando me hice policía. Por eso le he prestado frases. Yo me hice policía por quería hacerle justicia a mi infancia, que es lo que hace él. Se hace policía por una idea de la justicia que solo te la puede dar la literatura, para cambiar el pasado, por las razones equivocadas”, resume el autor de el hijo del padre.
Pero quizás el protagonista no sea Julián, sino el sicario al que el lector conoce directamente en primera persona, el verdadero imán de la historia, el personaje al que se ha enganchado al autor, aquel que, quizás, le anime a seguir y escribir, por primera vez, una serie. “En mi cabeza está seguir con el sicario. Porque creo que tiene mas que contar. No es un malo que tiene cosas buenas, este tipo de personajes de las series que te dan cosas para que empatices con ellos. No. Este tío tiene que ser un hijo de puta incontestable y aun así tienes que empatizar con él. Hablar de la fascinación por el mal me parece un ejercicio interesante. Se trata de crear una trampa lo suficientemente fascinante como para que lo elijas en vez de al héroe”, cuenta entre pausas reflexivas, con cuidado al elegir las palabras. “Me lo imagino como una especie de Ripley, como ese tipo que puede llegar a seducirnos porque es capaz de hacernos obviar su maldad. Aunque él no la niega, ni la oculta, porque él te va diciendo que no cree en nada, que es un cínico, pero tú ves que no es así, que una cosa es lo que dices y otra lo que haces. No se puede revelar el final, pero el caso es que el tío muta”.
Pasado y futuro
Galicia juega un papel en el pasado de la historia. El interés de Del Árbol, que ha situado allí novelas como Por encima de la lluvia, tiene un componente personal y otro literario. “Estuve 15 años casado con una gallega. Galicia, Extremadura y Barcelona son mis tres ejes, me muevo mucho ahí. Y luego porque Galicia, si eres capaz de ir más allá de la foto de postal, turística, es perfecta para crear atmósfera, que era lo que hacía de maravilla Domingo Villar. Sus novelas eran buenísimas, pero eran novelas de ambiente, de atmósfera. Y en esta novela tiene todo el sentido por lo que cuenta”.
Ahora bien, el convencimiento del autor sobre su destino va más allá de una novela o la adcripción a género. ¿Hasta dónde llega el envite? “No sé. Depende de lo que me pida el cuerpo. Si esta novela funciona, puede ser una novela fundacional. Una nueva manera de ver el negro. Esto lo supe a la mitad de la novela. Hasta ahí, el malo arrasaba con todo y salía de rositas, como he hecho en todas mis novelas. Pero luego pensó: no lo quiero quemar aquí. Y me di cuenta de que me llevaba la contraria. Como un personaje de Paul Auster, dispuesto a matarme. Un reto impresionante”.
El mal, el pasado y la paternidad son algunos de los grandes temas del autor. “Mi padre siempre me decía una cosa: ‘si eres malo, tienes que ser malo de verdad o te pillarán’. Pero aun así, esa idea de que el mal es absoluto es absurda, porque el ser humano no es una máquina, el mal no es una abstracción, es algo concreto, ejecutado por personas que tenemos fracturas” “¿Somos pasado?”, se pregunta sobre Julián, ese personaje al que tiene cariño pero al que no ve el recorrido que sí tiene el sicario. “Claro que si. Pero si no somos presentes, no somos nada, un recuerdo, fantasmas”. Él, ahora, se enfrenta a un futuro y un reto: hacer justicia, o no, a sus aspiraciones.
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