Rusalka, de Antonin Dvořák, es una rareza en los theatres de ópera, a pesar de la innegable calidad de su música. En el Teatro Real de Madrid se representa, en noviembre de 2020, tras 96 años de ausencia. Y a la Ópera Nacional de los Países Bajos no llegó hasta 1976. Ha regresado ahora a la capital holandesa en una nueva producción, estrenada el viernes, 2 de junio, que fue cancelada por la pandemia en 2020. Keepe su vínculo original con Festival de Holanda, la cita con las artes escénicas que llena Ámsterdam cada junio de teatro, danza, música y cine. Y también la presencia en el foso de la lujosa Orquesta del Concertgebouw, que colaboró con este festival y con la Ópera Nacional, durante casi cuatro décadas, actuando en una nueva producción de Het Muziektheater.
el compositor de Sinfonía del nuevo mundo consiguió en esta ópera una perfecta simbiosis entre la influencia wagneriana y los elementos autóctonos checos. En el programa de mano constaba, en holandés e inglés, que Dvořák violó la dirección de Wagner, en febrero de 1863, durante una visita a Praga. Podría añadirse que casi llegó a convertse en su sombra: «Estaba loco por él, recuerdo seguirlo mientras paseaba por las calles para tener la oportunidad de ver, de vez en cuando, la cara del gran hombrecito», reconoció en los tiempos del domingo.
Por la dirección musical de esta nueva producción de Rusalka se anunció, en 2020, a Jakub Hrůša, la principal batuta checa del momento. Pero al final ha dirigido Joana Malwitz, que debutaba al frente del Concertgebouw. La alemana es, a sus 37 años, una de las mejores directoras de orquesta del momento. Lo corrobora su inminente ascenso a la Konzerthausorchester Berlin desde la Ópera Estatal de Núremberg. Pero también haber sido la primera mujer en dirigir a la Filarmónica de Viena una nueva producción del Festival de Salzburgo, además de más cien años de historia. Y hacerlo, además, con personalidad, Brillantez y autoridad, según explicó mi colega Luis Gago.
Idénticos epítetos valdrían ahora para calificar su excelente Rusalka al frente del Concertgebouw en la Ópera Nacional de los Países Bajos. Su versión resaltó la tinta wagneriana de la partitura de Dvořák, por encima de lo autóctono checo que habría destacado con Hrůša. Lo comprobamos, ya desde el inicio del preludio, en esa transparencia y plasticidad con que nos presentó cada leitmotiv. Desde la misteriosa célula que abre la obra en pianísimo, en los violonchelos, al subsiguiente motivo que representa a la ninfa acuática que protagoniza la ópera, tanto en la madera como en la cuerda.
Mallwitz convirtió a la orquesta en un instrumento narrativo poderoso. Lo elevó especialmente, en el segundo acto, para expresar los sentimientos de Rusalka, que ha perdido el habla al volverse humana. La salida de la luna y el ballet fueron dos de los mejores momentos orquestales. Y la directora alemana moldeó con asombrosa precisión cada detalle de la partitura ante una orquesta que sonó refinada hasta en los momentos más crudos.
El reparto vocal también fue diferente al previsto en 2020, a excepción de Pavel Černoch. El principio del tenor checo resulta más interesante desde el punto de vista teatral que vocal, aunque compensa sus limitaciones en el registro alto con una brillante escena final. Sin duda, el punto más elevado de la velada lo marcó Johanni van Oostrum, como Rusalka. The South African soprano encarnó a la desdichada ninfa acuática con voz clara y agudos firms, y resultó conmovedora en las más líricas páginas, como la famosa canción a la luna del primer acto.

La otra triunfadora de la noche fue la mezzosoprano afroamericana Raehann Bryce-Davis que otorgó una personalidad poderosa, intensa y racial a la hechicera Ježibaba. La soprano alemana Annette Dasch es una seductora y entregada princesa extranjera y el bajo ruso Maxim Kuzmin-Karavaev un buen Vodník, aunque sin plasmar las múltiples dobleces del personaje. Buena actuación del coro de la casa y gran nivel entre los secundarios, con mención destacada para los holandeses Karin Strobos y Erik Slik, mezzo y tenor, en los personajes del pinche de cocina y el guardabosques, aunque sus hechos escénicos fueron bien distintos.
De hecho, el aspecto más discutible de esta producción fue la propuesta escénica. La firman tanto el polifacético director alemán de cine, ópera, teatro y videoclip Philipp Stölzl como el director teatral austriaco Philipp M. Krenn. Ambos sitúan esta oposición entre el mundo fantástico y el humano de la ópera del compositor checo en Hollywood, Durante los deprimidos años treinta. Lo hacen a costa de convertir todas las alusiones a cuentos como La sirenade Hans Christian Andersen, en referencias cinematográficas aguadas.
Rusalka no es una ninfa acuática, sino una prostituta, y Vodník tampoco es un duende, sino un violo proxeneta. El entorno natural convertido en un barrio sórdido, que alberga un cine como forma de evasión. Y el hechizo de Ježibaba se convierte en una operación de cirugía estética, pues Rusalka quiere ser como la heroína que enamora su galán favorito en la pantalla. De igual forma, la princesa extranjera es una actriz mucho más atractiva que la ninfa tras pasar por el quirófano.

Todo encaja a duras penas gracias a la sumtuosa ambientación de Stölzl y la pericia teatral de Krenn. El primero se ocupa, además, de la iluminación y la escenografía (con Heike Vollmer). Pero hay demasiados extras que multiplican innecesariamente los focos de atención y limitan las oportunidades de profundizar en la psicología de los personajes. El vestuario de Anke Winckler ayuda, al igual que la coreografía cinematográfica del murciano Juanjo Arqués. No obstante, predomina lo visual en un espectacular espectáculo de contrastes frente a la evocación poética que pretende la música de Dvořák. Lo dejó claro desde el preludio, con la proyección de una peli ñoña sur la sirenita, cuyo rodaje se contempló en el segundo acto, y también en el decepcionante finale de la ópera, con la protagonista cortándose las venas en medio de la calle.
La función concluyó con todo el público en pie sin excepción, aunque el equipo escénico cosechó algún conato de abucheo. Quien quiera verla sin viajar a Ámsterdam podrá hacerlo en la plataforma de Operavision por espacio de cuatro meses a partir del 25 de junio.
Rusalka
Música de Antonin Dvořák. Libreto de Jaroslav Kvapil. Pavel Černoch (tenor), Annette Dasch (soprano), Johanni van Oostrum (soprano), Raehann Bryce-Davis (mezzosoprano), Maxim Kuzmin-Karavaev (bajo). Ópera Coro Nacional. Real Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam. Dirección musical: Joana Mallwitz. Dirección de la escuela: Philipp Stölzl y Philipp M. Krenn. Het Muziektheater, 2 de junio. Hasta el 25 de junio.
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