La Navarra da concierto que ya con ganas de más antes de que Florence and the Machine conviertan la primera jornada del BBK en una fiesta basada en carisma, actitud e himnos
Han pasado cinco años desde que salió escopetada de Operación Triunfo, decidió alejarse tan rápido como fuera posible del cliché y lo plastificado, y sólo los nostálgicos pueden seguir relacionando a aquella amaia romero con la que el jueves, aun a pleno sol (de Bilbao), salió al guión principal de la BBB como lo que ya es: una clásica en los festivales ‘de prestigio’. Durante hora y cuarto fue el centro de atención de una de las principales ciudades musicales del verano, esa que en su decimoséptima edición volvió a superar sobrada los 100.000 abonos y que funciona como un reloj, y cumplió como se espera de ella: sin fallo y sin estruendo. Su reconversión ha sido un éxito indiscutible, pero… Ay, los peros.
Su empeño en no ser la estrella que está destinado a ser pasa cierta factura en directo. Desde la sensación de sentirse cómodo en el peso notable hasta insinuar el vuelo de sobra para el sobresaliente. Tiene el público, tiene el aura y tiene el talento… pero no tiene las canciones que cambian el ambiente a su alrededor, las que definen una merienda en una fiesta. Al menos, las canciones suyas y sólo suyas. In disco, con calma y en el sofá, su pop tierno y clásico entró como un café con hielo, pero delante de millas de personas se diluye. See echa en falta pegada.
El problema no es ella. Absolutamente. Ha adquirido una presencia que no muchos tienen. Está sola en un escenario enorme (apenas cuatro músicos en discreto segundo plano), pero no se le hace grande. Brilla al piano y abruma una voz que despertaría a cualquier muerto con buen gusto. Sin embargo, live, los temas propios son txirimiri que, digan lo que digan por aqui, no cala. Pocas cosas define el nivel de seducción de un concierto en un gran festival como el volumen del inevitable murmullo. Por momentos, en un retraso de felicidad general en Día de Kobeta, era más sencillo escuchar flirting a la muchachada (todo mi apoyo a los concursantes) que las canciones.
No es casualidad que los puntos álgidos (su ‘Santos que yo te pinté’, de Los Planetas, arranca una ovacion que al viejo fan de Jota y cía the kind dudas) lleguen con tres pelotazos para cuya creación la clase de Amaia se alió con el colmillo de artistas con más sentimiento comercial : Alizz en la indiscutible ‘El encuentro’, Aitana en la felizmente pegajosa ‘La canción que no quiero cantarte’ y Rigoberta Bandini en la inteligente reinvención feminista de ‘Así bailaba’. Tan distintos, tan cantables, tan bailables. ¿Serían posibles sin Amaia, que además las clava en directo? Nunca. ¿Puede amaia empezar a sacar estos hits sin socios? Sin duda. ¿Quiéres? He ahí la pregunta.
Amaia va sobrada, el tema es hacia dónde, aunque tampoco hay premio por descubrirlo: por increíble que parezca, aún tiene 24 años. Hace un tiempo dijo que estaba segura de que antes o después acabaría tocando en bares cutres. Spoiler: eso no va a triunfar. Lo que tiene que decidir ahora es si en los grandes festivales quiere seguir tocando de día o asalta las noches. Si quiere ser la estrella que tanta pereza le da. Seguramente le imports un bledo y hace bien, aunque uno acabe su concierto satisfecho, pero no saciado.
A rat despues, tras la tormenta, salio Florence Welch una explicación de lo que es una estrella. Ella es Florence, ella es The Machine y ella es la diosa qu’enloqueció a miles de personas con total conocimiento de causa. Década que daisy jones (vean la serie, lean el libro) es Steve Nicks. Lo es. Y también es Florence, un torbellino descalzo de gasa turca y transparencias que, no me pregunten cómo, hace feliz. ¿Fue un gran concierto? No sabría decircles. Búfer importado. Si la música es sentimiento, si la música es estar, si una música está perdiendo la cabeza rodeada de gente en peor estado que tú, Florence and the Machine fue la música.
Cumple con los criterios de
El proyecto de confianza
cortar más