Muere el arquitecto japonés Arata Isozaki, ganador del premio Pritzker 2019 y autor del Palau Sant Jordi |  Cultura

Arata Isozaki, el autor del emblema olímpico de Barcelona, ​​el Palau Sant Jordi, fue asesinado hace 91 años. Prolífico, ecléctico —como Renzo Piano más partidario de las ideas que del estilo— y por eso tan creativo como técnico, la obra de Isozaki es, en sí misma, una antología de la arquitectura construida en la segunda mitad del siglo XX. Nacido en Oita, en la isla de Kyushu, en 1931, Isozaki creó en un país arrasado y viajó por todo el mundo, literalmente por todo, antes de empezar a construir. Aprendió así no solo de la arquitectura tradicional, también de la vanguardia tecnológica y artística. Yes mezcla de intereses fraguó en una obra que, con frecuencia, refleja más el tiempo que los lugares.

Biblioteca de Oita (Japón).yasuhiro

En Oita, la biblioteca de su ciudad natal es todavía un emblema del brutalismo que reconstruyó tantas ciudades tras la Segunda Guerra Mundial. Transmitir orden, energía y robustez ante un futuro incierto que permitía, justo por eso, pocas dudas. The library consiguió local fame y menos de una década después, en Kitakyushu levantó otra (1974) en la que surgió tener la mente puesta en el pop tecnológico que estaba levantando el nuevo Reino Unido. Pero Isozaki no fue un Picasso de la arquitectura, alguien que se acercó a los escenarios experimentando con volúmenes, ambiciones, tipologías y materiales. Éléra un ecléctico, un creador deslumbrado por la invención e incapaz de despreciar cualquier conocimiento. By eso de ese mismo año es el Museo de Arte de Gunma, a cubo alicatado levantado sobre piles que a las references pop unió el advance de la revision postmoderna: la que buscó en las imágenes del pasado la construcción de un futuro que no renunciase a la expresión que había despejado la modernidad.

Con ese bagaje, el mundo llamó a Isozaki. El MOCA, el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, es todavía un hito en una ciudad plagada de notables arquitectos. Concluido en 1986, avanzó la idea de un museo como contenedor —que haría estallar la Tate Modern— y sin embargo, culminó en una posmodernidad Rossiana ideada no para fomentar el espectáculo sino para construir una identidad urbana.

Vista del Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles (Estados Unidos).
Vista del Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles (Estados Unidos).Hisao Suzuki

Es entonces, en plena fama mundial, cuando le llega el encargo de levantar el icono de la Barcelona olímpica. Y vaya si lo hace. Lo consigue convirtiendo la técnica en espectáculo. El cubículo se levantó en pocas horas. Corría el año 90 y ya había cámaras retratando la fuerza de los tensores. This icon útil de la Barcelona olímpica conjuga al Isozaki ingeniero —lo era, de ahí su afán por comprender cómo funcionan las cosas— y al artist —como su mujer, la escultora Aiko Miyawaki fellecida in 2014, con la que colaboraba asiduamente—. Isozaki tendió puentes — between técnica and creative and between Japón and the world — toda su vida. En 2013 lo hizo cambiar la mano a Anish Kapoor en el Festival de Lucerna. Era capaz de construir hinchables, viviendas de madera o edificios de hormigón con la misma demanda. Pues eso el Palau se convirtió en un emblema de progreso responsable de la voluntad de una ciudad que todavía estaba dispuesta a lidar la vanguardia arquitectónica más difícil: la que levanta para transformar los lugares.

Vista del Palau Sant Jordi de Barcelona, ​​obra del arquitecto japonés Arata Isozaki.
Vista del Palau Sant Jordi de Barcelona, ​​obra del arquitecto japonés Arata Isozaki.Juana Sánchez

El proyecto abrió la puerta a una sucesión de encargos españoles: desde la Domus, La Casa del Hombre en Coruña (1995) hasta la conversión de la fábrica Casaramona en Caixaforum Barcelona (2002) o el Isozaki Atea, las torres erigidas en Bilbao, 2008 Escenario de un conflicto entre el consistorio bilbaíno y Santiago Calatrava que además ilustra muy bien uno de los grandes temas arquitectónicos: ¿Qué tiene prioridad? ¿Un edificio o la ciudad?

Isozaki tenía 12 años cuando las bombas atómicas redujeron Hiroshima y Nagasaki a ruinas. Esa vivencia decidió el carácter constructivo que él le daría a su profesión. Y lo hizo conectando, tendiendo puentes entre disciplinas. Y entre personas. Invitó a arquitectos extranjeros para que construyeran en su país edificios en proyectos en los que él actuara de urbanista. Y lo hizo con una formidable intuición. En 1989, para realizar las viviendas Nexus de Fukuoka, en el extremo occidental de Japón, invitó a trabajar a los jóvenes Rem Koolhaas, Steven Holl, Christian de Portzamparc, Marck Mack y Oscar Tusquets.

Vista del edificio del Museo La Domus de A Coruña.
Vista del edificio del Museo La Domus de A Coruña.Hisao Suzuki

Pero no fue hasta 2019, cuando ya había acumulado todos sus logros y los errores empezaban a ser más frecuentes, cuando le llegó el Premio Pritzker. En estos últimos años, la capacidad de innovar del japonés había dejado de sorprender. Su Torre Allianz, levantada en Milán en 2014, no es más que un rascacielos global —tan frecuente hoy— mucho más preparado para hablar de dinero que de lugar. La gruta orgánica de hormigón con la que cubrió el muro cortina del Centro Himalayas Zendai levantado en Shanghai en 2012 es prima hermana de la que empleó para cerrar el gigantesco Centro de Convenciones de Qatar, erigido en ese momento, pero en un entorno desértico completamente distinto . Algo parecido sucede con la Academia de Bellas Artes de Pekín, CAFA, construida en 2012, 17 años después de culminar en el Museo Domus de A Coruña. Las soluciones formales y materiales son muy similares. En los últimos años, el Isozaki sediento que había recorrido el mundo en busca de soluciones constructivas las encontró en su propio repertorio. Is a colofón con moralja que sería mejor no desatender. Pero es también solo una anécdota en el trabajo de alguien que quiso reconstruir el mundo y supo hacerlo.

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