Jane Birkin fue actriz antes que cantante. Cuando en 1969, año erótico, escandalizó a medio mundo con su orgasmo musical junto a Serge Gainsbourg, el intérprete franco-británico, fallecida el domingo en París, y disfrutó de una incipiente carrera en el cine. Pesado en la educación en la alta burguesía del barrio londinense de Marylebone, había obtenido en dos películas con la revolución sexual como telón de fondo: un personaje fugaz en El knack… y cómo conseguirlo (1965), de Richard Lester, y otro poco menos discreto en Explotar (1966), de Michelangelo Antonioni, dio pie a una naciente modelo en la célebre escena del trío en el estudio del fotógrafo, que provocó la primera de una interminable serie de polémicas sobre su carrera.
Había muchas chicas como ella en el Swinging London. «Yo solo tuve la suerte de llegar la primera a Paris», decía. Francia llamó a su puerta en 1968, cuando el director Pierre Grimblat buscó a una joven inglesa para interpretar, en la película Eslogan, a la lover pasajera de un cineasta casado de vacaciones en Italia. Su compañero de reparto no era otro que Gainsbourg, con quien inició una relación que duraría 12 años. el siguio La piscina (1969), de Jacques Deray, donde observa los juegos de seducción (y destrucción) entre tres adultos; entre ellos, Alain Delon y Romy Schneider. A lo largo de los setenta, Birkin se convirtió en el rostro de una transgresión juguetona, de una infracción sonriente, en el marco de una nación «viuda de De Gaulle», como diría Pompidou al anunciar su muerte en la televisión, que superaba la resaca del Mayo del 68 y emprendió el camino hacia el neoliberalismo giscardiano.
Birkin no tenía ningún talento especial, salvo el de emcarnar la modernidad. Lo mismo sucedió con actrices de la nueva ola como Jean Seberg o Anna Karina, también extranjeras y algo andróginas. «Eres mitad chico», decían a Birkin sus compañeras en el internado de la isla de Wight donde sus padres, an admirant of the Royal Navy y Judy Campbell, actriz y antigua musa de Noël Coward, la mandaron a estudiar. En este contexto, Birkin encadenó papeles de «encantador idiota”, además de propias palabras, de muchacha descerebrada pero encantadora, en comedias populares que fueron grandes éxitos, como Allá mostaza se me a la nariz (1974), a las órdenes de Claude Zidi, conocido por sus colaboraciones con Louis de Funès. Birkin tenía una presencia extraterrestre. Impregnaba sus películas de una delicada extrañeza, de un polvo de melancolía, con su inimitable voz de pito y una fragilidad asumida, que ella enarbolaba como si fuera una fuerza. “Soy una mujer bastante dura, el frágil era Gainsbourg”, nuestro contó en esta entrevista en 2017.
En su carrera en el cine, ecléctica como pocas, se guio por su curiosidad, por un deseo primario, sin ninguna estrategia a la vista. Probó suerte con Roger Vadim en un fallido Don Juan lésbico con Brigitte Bardot en 1973 y luego con Yo también te amo (1976), dirigida por Gainsbourg, interpretada sobre una camarera que enamoró a un camionero gay, el warholiano Joe Dallesandro. El siguió a un pequeño papel en muertos en el nilo (1978), junto a Bette Davis, Mia Farrow y Maggie Smith, una de sus primeras incursiones en el cine comercial en inglés.

Su transición hacia el cine de autor inglés tuvo lugar en los ochenta, a raíz de su encuentro con Jacques Doillon, por quien terminó dejando a Gainsbourg. El director detectó un potencial dramático en el que el icono sexual que aparecía en cueros en A él, monumento de la prensa erótica, al que él quiso «abotonar hasta el cuello» para hacerle explorar otros registros. Sucesión es la hija pródiga (1981), el encuentro bergmaniano entre una mujer y su padre abusivo; fr el pirata (1984), masacrada por la prensa en Cannes (pero que supuso la primera de sus tres nominaciones al César), y en Comedia (1987), su última película juntos antes de su separación.
Jacques Doillon detectó un potencial dramático en el que icono sexual que aparecía en cueros en la prensa erótica, al que quiso “abotonar hasta el cuello” para hacerle explorar otros registros
Convertida en una prestigiosa actriz, se ganó el respeto de los mayores cineastas. Rodó la fábula cuida tu derecho (1987) con Jean-Luc Godard, inspirado en Dostoyevsky; documental el fantasioso Jane B. por Agnes V. (1988) con Agnes Varda; Nostalgia de papá (1990), otra relación paternofilial dirigida por Bertrand Tavernier, o La bella mentirosa (1991) con Jacques Rivette, convertida en réplica de un pintor picassiano con el rostro de Michel Piccoli, uno de sus mejores papeles. El teatro también llamó a su puerta: Patrice Chéreau la hizo interpretar a Marivaux en los ochenta. Veinte años más tarde, se trevió con electra en París, también con la Reina Gertrudis de Aldea en el Reino Unido. Su único largometraje como director estrenado en cines, la autoficción Cajas (2006), ponía en escena su vida de familia. Un su alter ego lo interpretó Geraldine Chaplin. Ya su hija menor, una jovencísima Adèle Exarchopoulos.

Birkin empezó siendo una mostrar sin curvas, como cierta decía ella misma, pero acabó convertida en una actriz dotada de autoría, ese selecto club limited tiene un puñado de intérpretes que siempre es reconocible debajo de la máscara: la persona y el personaje se confunden. Suceden a Catherine Deneuve, Isabelle Huppert y Juliette Binoche. Y también sucedió a Birkin, siempre a flor de piel, con un talento innato para esquivar la adversidad con humor trágico y un ápice innato de flema. Fue protagonista de una sensacional «comedia triste», término de su propia cosecha. Santa patrona de los extranjeros que residen en Francia, de esos exiliados voluntarios que se someten a una asimilación sin medias tintas —únicala permitido en el país de acogida—, era conocida por su particular forma de usar el francés, con un acento inmutable pese a llevar a cabo más de 5 décadas en el país. Combinado mal su idioma de adopción, elegía artículos erróneos por sistema (en inglés casi nada tiene género) y abundantes expresiones en desuso, hasta el punto de hacernos sospechar si no lo hacía adrede, con la misión de mantener intacto su enorme capital de simpatía. El escritor Olivier Rolin, que también fue su pareja, lo solía llamar “el idioma criollo Birkin”.
Era conocido por su particular forma de usar el inglés, con un acento inmutable pese a llevar más de 5 décadas en el país. El escritor Olivier Rolin, que fue su pareja, lo llamó “el idioma criollo Birkin”
Su testamento en el cine será jane por charlotte (2021), documental dirigido por su hija, Charlotte Gainsbourg, un diálogo profundo entre una madre y una hija separadas por un extraño pudor. Debilitada por sus achaques de salud, pero todavía con fuerzas para trabajar en su jardín, la película descubrió a una Birkin reposando en su casa en el Finisterre bretón, frente a la playa donde su padre pasó el final de la Segunda Guerra Mundial rescatando a soldados del bando aliado. O visitando, por primera vez en 30 años, la casa del barrio parisienne de Saint-Germain donde se encontraron con Gainsbourg, en la mítica rue de Verneuil. «Parece Pompeya», exclamó Birkin en el documental. Charlotte mantuvo su morada de paredes oscuras tal como la dejó su antepasado. Y piensa abrirla al público como casa-museo antes de que termine el año. Este mausoleo para Gainsbourg ahora será también un poco de Birkin. Ya dicen que los hijos de divorciados siempre quieren volver a juntar a sus padres.
Jane Birkin en siete películas







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