En 1952, tras la muerte del primer presidente de Israel, Chaim Weizmann, el joven Estado se enfrentaba a la necesidad de elegir un nuevo jefe de Estado. Sorprendentemente, el nombre que encabezó la lista de candidatos fue el de Albert Einstein, el célebre físico alemán que había emigrado a Estados Unidos en 1933, escapando de la persecución nazi. La invitación, propuesta por el primer ministro David Ben-Gurión y transmitida a través del embajador israelí en Estados Unidos, Abba Eban, buscaba un símbolo internacional que reforzara la legitimidad de la nación naciente, vinculando la ciencia y la diplomacia.
Einstein, que en ese momento tenía 73 años, se sintió agradecido por la oferta, pero decidió rechazarla. En su carta de respuesta, mencionó su falta de experiencia en temas políticos y su incapacidad para aceptar responsabilidades oficiales, a pesar de su fuerte compromiso con el pueblo judío y con los principios del sionismo. «Durante toda mi vida he trabajado con cuestiones objetivas, por lo cual carezco tanto de la habilidad natural como de la experiencia para tratar apropiadamente con las personas y desempeñar roles oficiales», indicó en la correspondencia guardada en los archivos de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Chaim Weizmann: del laboratorio a la presidencia de Israel
Chaim Weizmann tuvo una trayectoria notable al combinar ciencia con política. Originario del Imperio ruso, se destacó como un bioquímico de prestigio mundial, cuyas innovaciones en la producción de acetona fueron cruciales para la creación de explosivos durante la Primera Guerra Mundial. Al mismo tiempo, su liderazgo en el movimiento sionista fue decisivo para el establecimiento del Estado de Israel en 1948. Su papel como presidente, de mayor carácter simbólico que ejecutivo debido al sistema parlamentario del país, estableció un precedente para invitar a figuras influyentes como Einstein a asumir posiciones ceremoniales que reforzaran la imagen internacional del país.
Einstein y el sionismo: intersección de ideas y valores morales
Aunque declinó el puesto, Einstein mantuvo un compromiso constante con la causa sionista y la creación de un Estado judío, abogando por una perspectiva de derechos compartidos para árabes y judíos en Palestina a través del movimiento Brit Shalom, que promovía la coexistencia pacífica. Sin embargo, su enfoque crítico ante ciertos eventos y figuras del contexto israelí, como la organización Irgún y su líder Menachem Begin, demuestra su preocupación por los excesos y el nacionalismo extremo.
Cartas y correspondencia del científico reflejan que su sionismo estaba marcado por un fuerte internacionalismo y una ética que priorizaba la justicia y los valores humanos, incluso sobre los intereses políticos inmediatos del Estado de Israel. Este equilibrio entre compromiso y crítica hizo que Einstein se convirtiera en un referente moral más que en un líder político directo.
La presidencia que no pudo ser y sus repercusiones en la historia
Tras la negativa de Einstein, el historiador Yitzhak Ben-Zvi asumió la presidencia de Israel en 1952, consolidando la estructura política del país. La decisión de invitar a un científico de prestigio internacional revela la intención de los fundadores de Israel de proyectar una imagen de modernidad, intelectualidad y legitimidad ante la comunidad internacional, especialmente después de la Guerra de Independencia y el complejo contexto regional.
El episodio también evidencia cómo la política y la ciencia se intersectan en momentos cruciales de la historia. La figura de Einstein simboliza la aspiración de un Estado que valoraba el conocimiento, la ética y la cultura, incluso en medio de desafíos geopolíticos y conflictos armados. La elección de líderes con prestigio internacional, aunque simbólica, buscaba inspirar confianza y respeto hacia un país recién formado, estableciendo precedentes que aún resuenan en la política israelí contemporánea.
Reflexiones sobre ciencia, política y herencia
La historia de Albert Einstein y su invitación a la presidencia de Israel resalta la importancia de los valores éticos y del compromiso intelectual en la política. Aunque nunca asumió el cargo, su postura evidencia que la influencia de un individuo no se mide únicamente por la posición que ocupa, sino por su capacidad de guiar, criticar y aportar ideas que trascienden el poder formal. La combinación de ciencia, ética y política que Einstein representó sigue siendo un referente para entender el equilibrio necesario entre liderazgo y responsabilidad moral en la construcción de naciones.