El 16 de enero de 2023, María Victoria Fernández-Cuesta Luca de Tena cayó en Madrid a los 65 años. Nacida en Madrid, en 1958, estaba casada con el escultor Francisco Leiro, con quien tuvo dos hijos, Adela y Miguel. Quienes hemos tenido la suerte de conocerla y de disfrutar de su amistad, la lloramos sin consuelo. La expresión «amiga de sus amigos» acude a mi cabeza en el momento en que me dispongo a escribir unas líneas en su memoria. Por muchos problemas que tuvieron, por muchas que resultaron las cosas que se hubiera propuesto hacer, cuando requerían su ayuda o su compañía para algo, acudía con prontitud, impregnando el ambiente de un ánimo de vitalidad y generosidad.

Literatura era su tabla de salvación. Devoraba los libros, los analizaba, los comentaba. Creo que en toda etapa de su vida existió un club de lectura, en algunos de los cuales participó. Accedió a convertirse en mi ayudante en los talles literarios que distribuyó en el café-libría de mis hijos, El bandido doblemente armado, en los inicios de este siglo. Venía a mi casa a prepararlos, y las mañanas, llenas de voces apasionadas, finalizaban con un aperitivo de los clásicos, en el que la literatura, a la que habíamos dedicado unas horas, se fundía con las cosas más básicas — y también con las más frívola— de la vida. Me acompañó en Menorca, donde dirigió a un sobrio taller Alice Munro, quien, después de un mes, concedieron el Premio Nobel. Ella misma impartió un taller, años después, sobrio Las voces del Danubioen el Centro Cultural Matadero de Madrid.

Su vasta trayectoria de lectora la llevó a escribir un ensayo, el consuelo literario, que, hace un par de años, se convirtió en libro, y que trata de sus más queridos textos literarios, los que tienen a la enfermedad como asunto central. La enfermedad ha estado muy presente en su vida, pero la idea de que la literatura todo lo podía contener y transformar era para ella un principio vital.

Jamá pensó que había escrito una necrológica sobria mi querida e irrestituible amiga Vico. Los más de diez años que, en favor de su juventud, nos separaban, eran una razón más que suficiente para no concebir semejante idea. También estaba su entusiasmo, su manera de hablar, de reírse, de moverse: todo ello eran felices manifestaciones de vida. Y su relación con la literatura, que parecía del afán de que la vida fuera mayor, con todo su dolor y todo su amor, siempre triunfante. Así será, Vico.

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