Para su tesis defendida en 2019, la antropóloga social Bénédicte Bonzi se sumergió regularmente durante cinco años en los Restos du cœur de Seine-Saint-Denis. Este investigador asociado al Laboratorio de Antropología de las Instituciones y Organizaciones Sociales de la EHESS dibujó el libro Francia hambrienta. El regalo ante la violencia alimentaria (Seuil, 448 p., 22 €), que articula un valioso estudio de campo con una crítica estructural de nuestro sistema alimentario.
¿Por qué quiso dar una “mirada crítica” a la ayuda alimentaria?
Con los Restos du Coeur, el proyecto inicial de Coluche [1944-1986] era dar un impulso único, no ser uno a largo plazo. Pero los Restos, creados en 1985, se han institucionalizado para convertirse, para 5,5 millones de franceses cada año, en una forma de comer. En nuestro país, 8 millones de personas recurren a la ayuda alimentaria y, con unos 11 millones de conciudadanos viviendo en la pobreza, según Oxfam, se puede estimar que alrededor de 3 millones se quedarán sin recurso.
La explosión en el número de beneficiarios hace necesario cuestionar estas ayudas. Estar bien alimentado es un derecho consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, al igual que tener una vivienda o cuidados. Sin embargo, está amenazada por un sistema en manos del agronegocio, del productivismo, que toma como rehenes a los agricultores consumidores, que excluye a millones de personas y les reserva alimentos indignos, en particular productos ultraprocesados cuya adecuación a la salud se conoce.
El proyecto original de Coluche para combatir la pobreza se ha convertido así en un eslabón de una cadena desigual. La ley de modernización agraria de 2010 lo formalizó como tal, otorgándole un estatus de ayuda alimentaria y asignándole el papel de posible complemento para la agroindustria. La ley contra el despilfarro alimentario de 2016 ha acumulado aún más esta asignación de la ayuda alimentaria como basurero de la gran distribución, al establecer un sistema de acuerdos entre supermercados y asociaciones que obliga a estas últimas a recuperar lo no vendido.
¿Qué abarca la noción de “violencia alimentaria”, en torno a la cual gira su obra?
Mi trabajo de campo me puso cara a cara con un sistema alimentario violento, que viola el derecho a la alimentación de millones de personas pero tira a la basura 10 millones de toneladas de alimentos cada año. Para los beneficiarios, esta violencia tiene consecuencias físicas bien documentadas -obesidad, hipertensión, anemia, problemas dentales- y psicológicas. Sus efectos alimentarios son furtivos, porque esta violencia se manifiesta en la repetición de pequeños actos: vergüenza, frustraciones cotidianas, sumisión al control sobre el acceso a la vida. Esto crea un sentimiento de profunda desvalorización, que ha llevado a una pérdida de derechos en cascada, porque la persona se acostumbra a no volver a ejercerlos. Y esta violencia se encuentra aguas arriba del sistema alimentario, en el ámbito agrícola, donde muchos no pueden vivir de su trabajo.
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